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Prostitución

La Esclava de Sullivan
Por Rodolfo Herrera Charolet

2013-11-11 | Ciudad de México.- Mónica ya tenía seis años de ser prostituta, comenzó desde sus quince. Su novio la trajo de un pueblo de Veracruz. Primero le dijo que la quería para hacer toda una vida juntos, luego que sus padres se oponían y que deberían irse lejos de ellos. La verdadera historia es que cuando llegó al Distrito Federal el Pancho cambió, lo primero que hizo fue propinarle una golpiza y luego mantenerla toda una semana encerrada en un cuartucho de una vivienda perdida entre la inmundicia, en donde lo más cercano a una calle era el camino encharcado entre lodo putrefacto y basura que se acumulaba a sus lados.

Una semana después ya estaba en las calles de Sullivan, fue obligada a prostituirse, con la amenaza de que matarían a su familia si se comunicaba con ellos o acudía a las autoridades.
El día que se inició en el negocio estaba menstruando, así que una mujer le metió en la vagina una esponja con vinagre para detener el sangrado, pero esa mecánica no le sirvió de mucho. Poco tiempo después estaba en la calle y fue un hombre gordo y feo su primer cliente, la llevó al lugar que tenía asignado y ahí le hizo el sexo, se manchó de sangre y se levantó enojado, ella le dio una toalla para que se limpiara. Después de él, otros catorce clientes fueron llevados al catre, pero para evitarse problemas les dijo que era su primera vez. Como aún era muy chica, se lo creyeron o fingieron hacerlo, algunos asqueados que no se tragaron el cuento la obligaron a hacerlo con la boca y se vinieron dentro. Esa noche Pancho estuvo muy contento, le entregó los tres mil pesos que logró acumular. ---¡Si sigues así, no habrá problema! --- Le dijo.

La esquina en la que la “sembraron”, fue por mucho tiempo su lugar de “trabajo”, el mismo en donde se encontró con sus “carnalas”, como ellas les decía y que eran compañeras de vivienda y también eran explotadas por la misma pareja; Pancho y Cleotilde.  Así que a pesar de conocerse, ella como sus “carnalas” no cruzaban palabra por estar atentas a pescar el cliente y porque si eran sorprendidas “pendejeando” los golpes a la altura de las costillas serían en parte el castigo. En la calle de Sullivan había otras mujeres, algunas con huellas de haber sido golpeadas con el ojo morado que ocultaban con gafas negras o con una mano vendada, “pero ellas tenían otro dueño” confesó Mónica: También dijo que no tenía tanto temor a los golpes, sino a que esas “chavas” eran afectas a inventar chismes, que le causaban problemas con Pancho.

Mónica tenía dos hijos, los dos de padres desconocidos, de algún cliente que la embarazó y que quiso tener sexo sin condón. Cuando estaba amamantando tenía que aguantar las mordidas en sus pezones, clientes eufóricos que pasados de copas daban rienda suelta a su desenfreno. Algunos la vomitaban sobre ella, otros la llegaron a golpear por no dejarse tener sexo por el ano, otros más porque le echaban la culpa de no poder hacerlo. Dos o tres cada mes los clientes no le pagaban, porque eran policías o inspectores y pasaban a cobrar la cuota. Los problemas se agravaron cuando alguien le pegó el herpes y eran tales los ardores, que sentía quemarse por dentro. La primera vez le tardó más de una semana, luego con el tratamiento, a lo mucho el ardor le duraba tres días. Cuando el herpes aparecía y tenía sexo, el dolor se hacía insoportable, así que únicamente atendía a cinco o seis clientes por día.

Un día Mónica supo que su familia había muerto, que habían perecido en un accidente de carretera, cuando el camión con 40 a bordo se despeñó en una curva. Así que abandonó la esquina y huyó con el dinero que había juntado ese día, pero el amor a sus hijos la hizo arrepentirse y regresó a la esquina para encontrarse con un Pancho que parecía echar fuego por los ojos. Tan pronto la vio se acercó a ella, la tomó del cabello y jalándola la metió a la camioneta, dentro de ella le dio varios golpes que se hundieron en su estómago. Otra golpiza mayor la recibió en la vivienda y hasta que recobró el conocimiento supo que se encontraba en una sala de urgencias, en donde narró su historia.

Una dependencia de la Procuraduría la ayudó a recuperar a sus hijos, pero los responsables no fueron asegurados, se dice que lograron huir o el agente que debió ejecutar la orden tenía arreglo. Lo cierto es que nadie sabía nada del paradero de los responsables, así que Mónica decidió irse a otro lugar, en donde nunca fuera encontrada. Se fue a Puebla y voluntariamente se fue a refundir a un antro para desnudarse sobre la pasarela, cambiándose el nombre y vivir en un cuarto de la barranca, en donde sus hijos tienen oportunidad de una vida, la misma pero en otra parte.

Mónica sabía que seguía siendo prostituta, pero ya no era la misma, había dejado de ser una esclava de Sullivan.

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